Ellos viven, nosotros dormimos
¿Alguna vez has pensado que quienes están convirtiendo este planeta en un cubo de cemento, quienes nos infectan con la ansiedad del consumismo, quienes canjean la salud de la naturaleza por la prosperidad de sus chimeneas, quienes nos convencen que hacernos viejos es un problema más preocupante que seguir siendo ignorantes, son en realidad alienígenas? Sólo a una raza de otro planeta no le importaría arruinar este, y menos aún si lo hace por negocios. Viendo televisión en los ochentas, John Carpenter encontró inspiración para el mejor relato de conspiración salido de la Ciencia Ficción, “They Live” (Ellos viven, 1988).
A pesar de haber demostrado ampliamente su efectividad, con sus clásicos “Halloween” (1978) o “The Thing” (1982), John Carpenter volvía a ser un esforzado artífice del bajo presupuesto. Sus recientes proyectos de horror y fantasía, aunque de gran calidad, no siempre habían colmado las expectativas de quienes habían invertido en hacerlas realidad. A finales de los 80´s, en el declive comercial de su cine, Carpenter se ve obligado a tocar muchas puertas y aceptar las condiciones del timorato capital. Su nuevo proyecto brotaba de la vieja literatura de Ciencia Ficción, fascinación de su infancia y de sus películas. Un cuento ("Eight O'Clock in the Morning", 1963, de Ray Nelson), la adaptación al comic del mismo, más las agrias reflexiones del director respecto a la sociedad norteamericana, fueron la materia prima de “They Live”.
Mientras que los gobernantes se relamían por el inminente triunfo del capitalismo en la Guerra Fría; los yuppies huían, en sus costosos trajes, de ser alcanzados por el adjetivo tan temido de loser; y la televisión se ocupaba a fondo en hacer de la felicidad una nueva acepción de “comprar”, Carpenter quería contar la historia de un paria, desempleado, solitario y sin hogar que sorpresivamente descubre camuflada entre los humanos una raza de alienígenas que lleva las riendas del Sistema. Para ello necesitaba un héroe de comic, un actor cuyo rostro reflejara muchas batallas perdidas y su cuerpo la fuerza suficiente para enfrentarse a todos.
Para el papel Carpenter tenía en mente a Roddy Piper, un famoso luchador que por ese entonces anunciaba su retiro del ring para probar suerte como actor. De adolescente, Piper había entrado a la lucha libre para no seguir durmiendo en la calle. Su agresividad le rindió primero para salir del hambre y, tiempo después, para hacerse un lugar en la lucha profesional. En este mundo, donde la fanfarronería, las rencillas teatrales y el exceso de testosterona eran ingredientes esenciales, Piper estuvo entre los villanos más viles. Para encolerizar a sus rivales, Piper no escatimaba insultos racistas, bromas crueles y golpes a traición. Su provocador desempeño frente al micrófono le brindó mucha popularidad. Algunos golpes bajos verbales, algún cacareo previo, eran el mejor lubricante para las llaves de lucha más perversas. A mediados de los 80´s, Roddy tuvo su primera experiencia con las cámaras como anfitrión de un programa de TV, Piper´s pit, donde intercambiaba insultos con sus invitados para luego resolver diferencias en el ring. Pero tiempo después ya cansado de aquella vida y con algunas lesiones a cuestas, Roddy Piper anunció su retiro en WrestleMania III (1987). Entre el público estaba John Carpenter que, luego del triunfo, fue a buscarlo para ofrecerle el que sería su mejor match como actor.
Además de su inexperiencia actoral, Piper tuvo que superar la dificultad de expresar cierta sensibilidad en un semblante más bien ejercitado para la bronca. Además el personaje que compuso Carpenter, a partir de largas conversaciones, compartía los mismos traumas juveniles que su intérprete: maltrato doméstico y vida callejera. Es así como Nada, llamada así por su insignificancia para el mundo que lo margina, llega a Los Angeles en busca de empleo como obrero de construcción. Como no tiene donde dormir, otro obrero, Frank (interpretado por Keith David que había destacado en “La Cosa”), lo lleva a un barrio de casuchas improvisadas donde malviven otros homeless. Allí, mientras un grupo ve la televisión, Nada observa que la señal es interrumpida por la imagen de un hombre que los exhorta a “despertar”. Durante la interferencia las personas se quejan de dolores de cabeza que sólo desaparecen cuando la señal y el programa de modas son repuestos. Nada encuentra, en los alrededores, el lugar desde donde se hicieron esas transmisiones. Allí un cartel reza “ellos viven nosotros dormimos”. Nada no puede hacer más averiguaciones porque poco después llega la policía con tanques y helicópteros para barrer con todo. Nada logra huir llevando consigo una caja que encontró en la guarida de los revolucionarios. Pero para su decepción lo que encuentra en la caja son gafas de sol. Se lleva un par, se los prueba y percibe la realidad de una manera completamente distinta.
Al andar por la calle, las gafas le muestran a Nada que donde hay un cartel publicitario sobre viajes al Caribe en realidad dice “cásate y reprodúcete”, o donde está impreso un mensaje político, simplemente contiene la palabra “obedece”. Cada cartel trasmite una orden maquillada por la publicidad. Pero la peor sorpresa está por venir. En un puesto de periódicos se lleva el susto de su vida al toparse con un hombre de facciones cadavéricas y ojos saltones. Se trata de “ellos”, una suerte de alienígenas que si no fuera por aquellas gafas, Nada los tomaría por humanos corrientes. Pronto se da cuenta que las calaveras están en el poder: son los políticos, los conductores de TV, la gente elegante, los banqueros... Encolerizado con el capitalismo marciano, Nada decide resolver las cosas por la fuerza. Las calaveras ya se dieron cuenta de su capacidad de “ver”, pero él les responde a balazo limpio. Va en busca de Frank para hacerlo partícipe de la verdad detrás de las gafas, pero este se resiste de manera tal en la escena más famosa de esta película: una lucha extenuante de cinco minutos entre el “vidente” y el que se opone a ver. Para algunos esta escena es una metáfora de cuanto nos puede costar romper con una mentira de la que dependemos para vivir, para otros es el afán de Carpenter de sacar provecho a su luchador profesional y dirigir su propia escena de pelea. De una manera u otra, finalmente Nada logra que Frank se calce las gafas y obtiene un aliado. Ambos están hasta la coronilla de ser los peones de aquellas calaveras y van en busca de los rebeldes que crearon las gafas. El objetivo de desenmascarar a los extraterrestres parecerá totalmente descabellado, pues su control funciona a la perfección e incluso los humanos en su mayoría se sienten confortables con la situación.
“They live” es un film brillante. Carpenter lamentó el fracaso comercial del film, afirmando, quizá con despecho, que “el público que va en masa al cine no le gusta ser iluminado”. Sin embargo, años después “They live” obtuvo el estatus de film de culto. No es para menos. Estamos frente una película narrada con gran destreza y cuyas reflexiones sobre la percepción y su manipulación para perpetuar el sistema, resultan hoy terriblemente actuales. En esa recreación de “realidades virtuales”, “They live” recibe influencia de un fenómeno de los 80´s: la aparición de los videojuegos. Sin embargo, en este caso la percepción lograda a través de un artilugio tecnológico (una consola, un monitor, unas gafas) nos acercan a una verdad, inalcanzable para el ojo desnudo. Y, como en los videojuegos, una vez dentro de esta realidad paralela las valoraciones morales quedan abolidas. Por eso vemos a Nada descargar sin culpa su arma contra los alienígenas con los que antes compartía la acera. Algunas secuencias de acción parecen el sueño de un joven que descarga su furia contra el mundo decapitando monstruos digitales.
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